La peatonalización de las ciudades, como solución a la contaminación y como modelo para hacerlas más habitables y amables para los vecinos es una idea que viene de lejos pero que desde hace décadas ha suscitado apasionados debates entre partidarios y detractores. Recientemente, el Ayuntamiento de Madrid, con Manuela Carmena a la cabeza, ha escrito un nuevo capítulo de esta discusión. De este penúltimo episodio de la peatonalización madrileña cabe sin duda sacar una conclusión: se haga lo que se haga, peatonalizar o dejar más espacio a los vehículos, es necesario contar con estudios previos exhaustivos, realizados con criterios técnicos y no políticos y planear muy bien todo antes de ejecutarlos.

El experimento de «urbanismo táctico» realizado por el Ayuntamiento de Madrid en la calle de Galileo ha sobrevivido solo 75 días. Dos votaciones perdidas y la protesta de más de 2.000 residentes de Chamberí han obligado a revisar el proyecto y el Consistorio ha tenido que dar marcha atrás a la peatonalización de la calle. En una especie de solución salomónica que no contenta a nadie, ha devuelto a los automóviles parte de la calle mientras que ha dejado mobiliario urbano en forma de bancos y macetas en la otra mitad.

Según el Ayuntamiento, esta solución permite mantener uno de los objetivos que se perseguían al principio, el de reducir la contaminación. Mientras los vecinos y la oposición municipal exigen que se revierta íntegramente el plan y los ecologistas quieren que la calle vuelva a ser peatonal. El Ayuntamiento defiende que con la marcha atrás a medias se mantienen los objetivos de reducir el tráfico, mejorar la calidad del aire y ganar espacio público para los peatones. Y asegura que la zona sigue en «evaluación permanente», con el objetivo de definir la mejor intervención definitiva. Es decir que primero se pone en marcha el plan y luego se estudian sus consecuencias y repercusiones. La casa por el tejado.

Los vecinos, que deberían ser los principales beneficiarios se quejaban de la peatonalización y lo siguen haciendo ahora por las macetas, mesas y bancos colocados en la mitad de la calle. Parece que este mobiliario urbano favorece que los jóvenes se reúnan por la noche para hacer botellón y nadie duerme tranquilo. Las asociaciones vecinales reclaman que se retiren y que todo vuelva a su estado original.

Para los ecologistas, la reversión a medias de la peatonalización es decepcionante. Ecologistas en Acción, a través de uno de sus portavoces explica que esta era una medida muy positiva y que tenía que generalizarse por toda la ciudad. Pero lo que no ofrecen son soluciones alternativas al tráfico. Si toda la ciudad se peatonaliza, los coches deben desaparecer y se acabó el problema.

Así que este ensayo en la calle Galileo, pensada para que el castizo barrio de Chamberí se convirtiera en laboratorio de ensayo para el proyecto urbanístico peatonalizador del equipo de Manuela Carmena y Ahora Madrid ha terminado, de momento, en un nuevo resbalón con freno y marcha atrás. El PSOE, partido que aupó a Carmena a la Alcaldía se bajó en marcha del proyecto y se unió a PP y Ciudadanos en una votación en el pleno municipal en la que se pedía la reversión integra de esta peatonalización. El curioso sentido de la democracia de la regidora madrileña le permite ahora ejecutar esta reversión a medias, ignorar la decisión del pleno, el voto de los concejales y la opinión de los vecinos.

Pedro Corral, concejal del PP, ya ha manifestado su disgusto y su preocupación por la falta de seguridad tras los nuevos cambios en la vía: «Los coches no pueden ver a los peatones porque hay jardineras que los tapan. Eso crea mucha inseguridad. La solución es la reversión total». Y Ciudadanos, grupo liderado por Begoña Villacís, ha lamentado además la falta de información oficial.

En las pasadas Navidades, el Ayuntamiento también decidió, sin estudios ni consulta previa a los vecinos, cerrar el acceso a los vehículos privados en la Gran Vía y parte del centro de la ciudad. Fueron unas «medidas especiales de tráfico», que generaron también posturas enfrentadas y protestas de vecinos y comerciantes en plena temporada alta de compras. La intención de la alcaldesa es la de peatonalizar parte de la Gran Vía antes de 2019. Lo que no ha hecho el Ayuntamiento, tampoco en este caso, es un estudio técnico en condiciones, ni ha planteado cuál será la alternativa al tráfico. La Gran Vía es una de las principales arterias para atravesar Madrid de Este a Oeste. Y lo que se propone, y seguramente se acabará imponiendo, es cerrarla al tráfico sin más. De hecho, para estas Navidades ya está previsto cortarla de nuevo al tráfico e iniciar unas obras después para reducir el acceso de los vehículos particulares.

Este pensamiento mágico, por el que los coches desaparecerán una vez que se les impida atravesar determinadas calles está abocado a que se repita una y otra vez la historia de la calle Galileo, la de la peatonalización con freno y marcha atrás. Lo que no explica este Ayuntamiento, que tanto presume de su transparencia, es cuánto cuestan a los madrileños estos experimentos que no se hacen precisamente con gaseosa. Sería más barato hacer un trabajo previo de evaluación e impacto, pero con criterios técnicos y no políticos, que de nada sirve hacerse trampas a uno mismo para ganar al solitario.